El presente de los festivales de música, su edición de 2020, pinta negro. Pero frente a una pandemia global, el modelo mismo de festival puede haber quedado tocado de muerte. La sola idea de reunir en un recinto a decenas de miles de personas venidas de todos los rincones del planeta parece hoy un riesgo inasumible no ya a corto sino a medio plazo. Y los festivales más encarados al turismo son los que tienen un futuro más complicado. La urgencia inmediata es sobrevivir al verano de 2020, sí, pero la pregunta inmediatamente posterior es si habrá festivales en 2021, 2022 o 2023. Y en qué condiciones. Lo que cabe cuestionarse ya es si este modelo de consumo de música en vivo sigue siendo viable.
Volver a la antigua normalidad ya no es una opción. A finales de los años 90, los festivales de música en España solo eran una llamativa excepción. Una década después, ya se habían asentado como una forma más de consumir música en vivo. Hasta la expansión del coronavirus eran la única forma de ver en directo a infinidad de artistas nacionales e internacionales gustosamente atrapados esta telaraña de inflación, holgazanería, verbeneo y empacho de conciertos.
Tal vez la nueva normalidad pase por un regreso al pasado en el que los festivales vuelvan a ser una excepción. Tal vez ahora los grupos se instalen una semana en cada gran ciudad para ofrecer seis conciertos en espacios de tamaño razonable en lugar de llenar descampados con miles de personas que solo los ven de lejos. Tal vez se monten giras españolas de 15 y 30 fechas para ingresar lo que hasta hoy ganaban en dos fines de semana. No suena mal.
Al final resultará que la tan cacareada burbuja de festivales habrá explotado por algo que nadie pudo jamás imaginar: un virus de alcance mundial.
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